sábado, 22 de noviembre de 2014

Infantĭa

La patria quedaba al fondo del pasillo,
entre la espina dorsal de un pez naranja
y la bicicleta que engullía rodillas tiernas.

La infancia del mundo lo era todo.
Nadar boca abajo esperando ver el sol,
levitar como si los pies fueran luciérnagas
y azotar arena fresca a la hora del patio.
Volar, dar un salto mortal y hacer de tus
labios una presa de agua recién nacida.


Cuerpo en extinción, condenado a crecer
rodeado de ratas, cemento agrietado y
cloacas pervertidas por alguna empresa
municipal.

Después, cuando los ojos llenos de luz
acaben inundándolo todo, la velocidad
de los dedos acariciándote disminuirá
considerablemente; dejando a la infinita 
niña detrás de la puerta. 

Soñando quizá en algún colibrí de 
color rojo que venga a beberse el 
néctar casero que has preparado y
que guardas frío en la nevera. 

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